Comentario
En la parte más occidental del norte de África, Marruecos permaneció independiente del imperio otomano, aunque le afectaron las malas relaciones de éste con las Monarquías ibéricas y el temor que en el mundo cristiano inspiraba el Islam. Fue esta zona la que primero soportó el avance de portugueses y españoles, motivado por la necesidad de terminar con los corsarios africanos que obstaculizaban su comercio y por el deseo de buscar una ruta alternativa a la mediterránea para llegar a Oriente. Portugal inició la exploración costera hacia el Sur, una vez terminada la expansión en territorio peninsular y con las manos libres para el despegue ultramarino, ayudada por la política de apoyo a la ciencia náutica de la casa de Avís. En 1415 conquistó Ceuta, desde donde se conectaron con la ruta del oro que subía desde el África subsahariana hasta las plazas mediterráneas. El tratado hispanolusitano de Alcaçovas-Toledo de 1480, ratificado por el Tratado de Tordesillas de 1494, reservó a los portugueses la expansión por las costas africanas. En consecuencia ocuparon seguidamente Tánger, Agadir (1504) y Safi (1508).
El avance lusitano fue facilitado por la inestable situación interior. La debilitada dinastía meriní fue sustituida por los Banu Wattas, que en 1465 crearon su propia dinastía, nunca efectiva más que en los alrededores de Fez. La corrupción de la diplomacia permitía a los ocupantes portugueses conseguir la colaboración local de los llamados "moros de paz", para favorecer la penetración y el comercio. En algunas ciudades, como Fez, tenían factores, a la vez cónsules y agentes comerciales, que ejercían una administración indirecta con percepción de impuestos, lo que hubiera terminado en colonización sin la reacción popular.
Marruecos conoció en el siglo XV una renovación religiosa. Existían sufis místicos y santos investidos de efluvio sagrado (baraka), los morabitos, a la vez curanderos y taumaturgos. Al lado de los ancianos, venerados por su ascetismo, se multiplicaron los santones locales, sobre todo predicadores del Jihad o guerra santa, que a veces permanecieron aislados pero, más a menudo, organizaron a su alrededor escuelas cada vez más influyentes, las "zawiyas". Bajo la dirección del "Sharif", descendiente de la familia de Mahoma, que fijaba la vía mística a seguir (tariga), los sufis buscaban elevarse de la práctica literal de la Ley hasta la realidad divina por una serie de etapas psicológicas. La extensión fue tal que a fines del siglo XV no hay villa o tribu que no tuviese su "zawiya". Éstas, a la vez monasterios, mausoleos y capillas pero también posadas y escuelas, con vocación principalmente religiosa, eran el lugar de donde irradiaban, a través del país, los "moqaddems", predicadores que se dirigían a la población para enfervorizarla. Cuando los soberanos de Fez se manifestaron incapaces de controlar la anarquía, las "zawiyas" fueron los organismos fuertemente estructurados capaces de aportar una renovación política. Su acción sobre las masas para soliviantarlas contra los sultanes no fue sistemática y eficaz más que tras el triunfo de los "sherifes" saadianos, que tuvo lugar al margen de ellas, en la segunda mitad del siglo XVI.
Los Banu Saad, del Sus, procedentes de Arabia y considerados descendientes del Profeta, tomaron como tales la jefatura de la guerra santa contra los portugueses. Esto los enfrentó con la dinastía Wattasida, demasiado condescendiente con los invasores cristianos. En 1525 se instalaron en Marrakech y en 1535 vencieron al ejército del sultán que había acudido en defensa de Fez. En 1541 tomaron Agadir y expulsaron a los portugueses de Safi y Azemmur. En 1549 ocuparon Fez y en 1553 consiguieron suplantar definitivamente la dinastía Wattasida por la Saadiana, a pesar de la ayuda turca que había conseguido aquélla.
Una vez en el poder, el ciclo vuelve a recomenzar: desde el Sur se impone una nueva dinastía, austera e integrista, que vence a la decadente que ocupa el poder, pero se ablanda con el tiempo y con el gusto por el lujo y los placeres y transige en materia religiosa y con los enemigos del exterior, hasta que otra nueva invasión procedente del Sur la suplante y reanude la cadena. Ello mismo ocurrió con los saadianos. En los primeros tiempos, su rechazo del refinamiento de Fez les hizo trasladar la capital a Marrakech, desde donde impusieron contribuciones a los montañeses para mantener su ejército y la Corte, provocando sublevaciones y levantamientos. A pesar de la inicial lucha contra el infiel, una vez en el poder se vieron obligados a pactar con los españoles, a quienes cedieron Vélez en 1569, contra los turcos. Su política filoeuropea, que se completó con acuerdos comerciales con Inglaterra, les atrajo la enemiga de los jefes religiosos.
El enfrentamiento con los turcos, las disensiones entre los miembros de la familia real, las ambiciones portuguesas y el espíritu de cruzada del rey don Sebastián llevaron en 1578 a la batalla de Alcazarquivir, la batalla de los tres reyes, donde murieron el rey portugués, el soberano saadiano Mohammed el Motawakkil y su tío Abd el Malik, usurpador del trono. De ella salió victorioso el nuevo rey Abdul Abbas Ahmed, llamado Almanzor (el Victorioso), hermano de Abd el Malik y el soberano más destacado de la dinastía Saadiana. En su reinado (1578-1603) se realizó la organización administrativa marroquí, que perdurará hasta el siglo XX, sobre la base de una federación de las tribus unidas por el "Makhzen", compuesto por ministros, personal de palacio, oficiales y gobernadores. El territorio queda dividido en dos partes, el "bled-el-makhzen", las tierras de las tribus musulmanas sometidas al impuesto territorial, y el "bled-el-siba", tribus montañesas, bereberes, que permanecen insumisas.
Durante el reinado de Almanzor también se establecieron ventajosas relaciones con los países europeos, que enviaban embajadores. Pese a la tradicional rivalidad, se pactó en 1589 con España, ahora unida con Portugal, una paz duradera, necesaria para las ocupaciones de ambas potencias en otros frentes. Con Inglaterra y Holanda se mantuvieron relaciones comerciales, en las que se cambiaban sal gema, pieles y oro por tejidos y armas.
La importancia del oro en el comercio marroquí, sobre todo con las ciudades italianas, incitó a Almanzor a apoderarse del Sudán occidental, el gran productor de este metal precioso, y a asegurarse una producción que obtenían a cambio de sal. Los portugueses habían conseguido desviar hacia las costas atlánticas parte de este metal precioso, pero tampoco habían llegado hasta los yacimientos, lo que animó al soberano saadiano a hacerlo. Desde el siglo XV se había extendido la colonización musulmana hacia el Sur, gracias a las buenas relaciones con los soberanos del Imperio Songhay. A pesar de ello, Almanzor decidió su conquista, lo que consiguió en 1591 con la toma de Tombuctú, gracias a las armas de fuego. La anexión del nuevo territorio proporcionó abundante oro, que permitió a Almanzor añadir a su nombre el de El Dorado, y esclavos negros, que sustituyeron a los cada vez más escasos cautivos cristianos, pero no se encontraron ni los yacimientos ni las fastuosas ciudades que se esperaban. Por ello, desde 1612 los sultanes saadianos dejaron de proveer el cargo de pachá de Tombuctú.
Los últimos años del reinado de Almanzor marcan el inicio de la decadencia saadiana. El fracaso de las expectativas puestas en el oro de Songhay, la hostilidad de las zawiyas por haber atacado a otro país musulmán y mantener buenas relaciones con los cristianos, el acoso de pestes y calamidades naturales coincidieron en mantener al país en permanente descontento, que aumentará con los problemas dinásticos surgidos tras la muerte del sultán. Desde la muerte en 1603 de Almanzor se sucedieron los enfrentamientos por el poder entre familiares: en la primera mitad de siglo fueron asesinados ocho sultanes de entre los 11 que hubo. Los morabitos fueron aumentando paulatinamente su importancia, y con ellos el sentimiento xenófobo, que se había ido diluyendo en los últimos tiempos, animado ahora aún más por los moriscos expulsados de España, que además se integraron mal en un sistema económico-social diferente al que habían conocido hasta entonces. La desorganización creciente posibilitó que los corsarios moriscos e ingleses instalados en Salé desde 1610 se declarasen república independiente en 1627, y desde allí hostigaran a los navíos que cruzaban el estrecho de Gibraltar y que frecuentaban las rutas que iban hacia las Indias Orientales y Occidentales. Si esta situación supuso el desarrollo económico de Salé, no aprovechó al resto de Marruecos, aunque perjudicó notablemente a España y Portugal.
En el Tafilete, al Sudeste, estaba asentada desde el siglo XIII la familia Alauita, descendiente de Alí, el yerno de Mahoma, que fue capaz de imponerse sobre las tribus nómadas y las zawiyas, y en 1666 fue proclamada heredera del trono. Tras la sumisión del resto del territorio, Mulay Ismail (1672-1727) se asentó como nuevo sultán de Marruecos: en su largo reinado consolidó a la nueva dinastía, se proclamó campeón del islamismo y reorganizó el ejército. Reanudó de nuevo las relaciones diplomáticas con los países europeos, regulándose el comercio y el rescate de cautivos con Francia. El comercio europeo se benefició del monopolio del comercio en Salé, de donde fueron desviados los corsarios. Muley Ismail también fue un jefe militar duro, que en 1661 conquistó Tánger, entregada por Portugal a Carlos II de Inglaterra como dote de la infanta Catalina de Braganza. Del mismo modo, continuó la guerra santa contra las plazas españolas, conquistando Mamora (1681), Larache (1689) y Arcila (1691). En manos cristianas sólo quedaban las plazas españolas de Ceuta y Melilla y la portuguesa de Mazagán. Al finalizar el siglo XVII, Marruecos había conseguido afirmar sus posiciones frente a las potencias cristianas y al Imperio otomano, que tenía bastante con conservar sus propios límites.